lunes, 10 de mayo de 2010

UN RELATO DE SABADO


Hace una mañana maravillosamente otoñal. Sobre todo para ser Mayo. Paseamos, Alfredo, Isabel y yo, por una avenida de Pamplona. La gente, timorata por el fresco y por la crisis, se asoma a las tiendas, sin decidirse a entrar. En los soportales de la sede de la Caja, un hombre barbudo, encorvado, fatigado, acaba de detenerse con un cochecito infantil como el mío. Tiene el rostro castigado que algunos pintores atribuyen a los apóstoles, aunque en estos tiempos de plomo muchos solo ven, si le miran, a un mendigo. El hombre barbudo luce un estrafalario indumento. Una manta de cuadros a modo de faldón, entre otros detalles, le aboca a ser objeto de los chistes de los malvados. No de los nuestros.
El hombre barbudo lleva en su cochecito una gallina.
Una gallina.
Una gallina colorada. Viva. Como las de los gallineros de los pueblos.
Al pasar, el hombre barbudo percibe nuestra mirada estupefacta, y sonríe. Yo tambien sonrío. No estamos tan lejos el uno del otro, porque llevamos, ambos, toda nuestra vida en un coche de niño.

1 comentario:

isra dijo...

Condensar tanto en tan pocas líneas... me ha encantado.