martes, 29 de junio de 2010

"TRANQUILO, CHAVAL, QUE NO SE ESCAPAN". Una historia de ayer y de siempre

Yo me crié en un pueblo pequeño. Falso. Yo me crié en Pamplona, pero pasaba los fines de semana y las vacaciones en un pueblo minúsculo, que me parecía remoto, pero que no distaba más de un cuarto de hora de la capital. A mi cabeza de crío de siete años aquello le parecía el Congo, con sus caminos de tierra, sus barbechos embarrados, sus arroyos (que llamabamos regatos), sus perros permanentemente cabreados, sus eras para jugar al balón, sus renacuajos en el abrevadero, los ocasionales pájaros muertos ("¡¡¡mira papá, una pluma de lechuza!!!"). En  resumidas cuentas, lo más cercano a la felicidad que pudieron proporcionarnos nuestros progenitores.
Recuerdo con daguerrotípica precisión, antigua y exacta, algunos tipos humanos que por allá deambulaban. Hubo un excombatiente de la División Azul, delirantemente tronado, que aparecía por los caminos dando vivas al Papa y al Rey. Y había un pastor: Casiano.
Casiano era pastor de ovejas. recio, atezado, barbudo y cordial. Cuando vendimos la casa, él ya había dejado las ovejas, pero para entonces ya me había dado, involuntariamente, una de las lecciones más importantes de mi niñez.

Tenía Casiano un poco glorioso rebaño de ovejas, que pastaban en un campillo a unos doscientos metros de donde solía sentarse a que le diera el sol y a fumar. A mí me pasmaba que fuera capaz de dejarlas solas, tan lejos y a descubierto. Pensaba que en cualquier momento iban a salir corriendo (¡poco conocía yo entonces de cómo son las ovejas!) tirando al monte para no volver a aparecer más. Un día le pregunté

- oye, ¿y si se escapan las ovejas?.

La respuesta no me aclaró las cosas en aquel momento, pero tomó sentido más adelante, y sigue teniendolo ahora, cuando han pasado más de treinta años.

- tranquilo, chaval, que no se escapan.

Unas semanas más tarde, las ovejas, espantadas quién sabe por qué, salieron pitando monte arriba. Casiano soltó un silbido de esos de pastor (después me enseñó la magia de esa rural estridencia). Las ovejas cesaron su huida. Paralizadas por una autoridad que no sabían de donde venía, oyeron otros dos silbidos que las hicieron volver a la esquina del campillo de la que habían salido alborotadas. Nunca le volví a ver hacer eso. Ni a él ni a ningún otro pastor. Me guiñó el ojo y me dijo:

- ¿Ves, chaval?. No se escapan.

He recordado esta frase en infinitas ocasiones. Sobre todo desde que, ingresado ya en la edad adulta, he sido consciente de la naturaleza ovina de las personas. Pocos piensan con su propio juicio. Muchos, una inmensa mayoría, se someten al ajeno arbitrio, al estridor que procede no se sabe bién de donde, y que permite que unos pocos se regodeen mientras dicen

- ¿Ves?. No se escapan...


6 comentarios:

isra dijo...

Todavía las ovejas salían a estirar las patas, a nuestros compatriotas ovinos los tiene además estabulados y anestesiados con la telebasura y el jurgol.

Magnifica sociedad vive dios.

aspirante dijo...

Ya están silbando los pastores.
En lugar de pastos verdes, júrgol!

TRAS MIS ESCRITOS dijo...

Esta mañana, viendo uno de los tantos informativos (todos son iguales), ha salido Artur Mas profiriendo una sucesión de lugares comunes, de necedades, mil veces oidas y repetidas, y convocando a la chusma a que se movilizase. Me ha recordado el silbido de Casiano. Hoy silbo para que os mováis, mañana apra que os estéis quietos. Y la plebe, la puta plebe, la gentuza que sólo sirve para emitir balidos y cagar votos, sigue a estos pastores de traje y corbata.

Este pais es una verguenza, y he decidido no mezclarme con esta chusma, empezando por las elecciones.

Anónimo dijo...

Excelente relato y mejor declaración de principios en el comentario.

Mis felicitaciones, matasanos navarro, bilbaino consorte, dueño de Toribio.

Unknown dijo...

Y poco a poco, como en los relatos conspiranoicos la oligarquía se va abriendo paso, mientras los rebaños pasta tranquilamente en los campos a la espera del silbido de sus amos. Triste pero tan real como la vida misma.

Felicitaciones. Las mejores enseñanzas son en la mayoría de los casos, las más pequeñas e insignificantes.

danicurri dijo...

el rebaño obediente al pastorzaco Garzón es otro ejemplo, siempre atento a la voz de su amo para otrora salir de estampida y ahora para estarse quietecitos hasta el próximo silbido.