Me disculparán la frase “cheli”, pero no he hallado expresión que precise como esta la sensación inquietante, desagradable, que producen algunos (muchos, demasiados) individuos que pululan por las calles. De un tiempo a esta parte no hay mañana, yendo al trabajo, que no tope con varios tios changos. Esta semana me han tocado dos cuarentonas castigadas, borrachas como cubas y discutiendo, dos borrachos (y algo más) debajo de mi casa, por supuesto discutiendo, otros dos borrachazos, uno de ellos vomitando en el alcorque de un arbol, un ruso al que habían apaleado y dejado tirado en la calle, dos parejas discutiendo en la calle, a gritos y sin ningún recato, y algunos otros chungos de tono menor. Y mi barrio es un barrio tranquilo de una ciudad muy poco conflictiva. No quiero imaginarme lo que habrá en otros lugares.
Y al menos estos son chungos sin pretensiones de ser molones. Hay otros chungos, aparentemente normales, a los que basta escuchar durante dos o tres minutos para saber que quizá sean más chungos que nadie. Tienen una monomanía, cuatro o cinco frases hechas que repiten constantemente porque están encantados de haberse conocido y de oirse hablar, y con esa salmodia autocomplaciente aturden a todo aquel que osa acercarse a ellos. Si les haces caso, malo, porque te rebozan vivo. Si no se lo haces, peor, porque se lo toman a mal, te rebozan de igual manera, y encima flota en el ambiente el mal rollo. El chungo autocomplaciente tiende a pensar que sus desgracias (en la variedad lastimera) o sus virtudes (en la versión narcisista) deben ser compartidas por el respetable, y se ponen a morir si al respetable le da por ir a lo suyo, que normalmente es lo que le apetece. Estos chungos “pata negra” son carne de barra de bar. Va uno a solazarse con una buena cerveza y le asalta un chungo como asalta el pérfido lobo a la cándida ovejilla. Si lo consigues esquivar, el chungo se amostaza y ataca al camarero, que como está encerrado y tiene un horario no puede huir, el pobrecillo.
Yo recuerdo con entrañable desprecio a dos de estos changos de la variedad discursiva. Hace años uno que supuso que su obligación era convencernos a dos amigos míos y a mí de que “Frigo” era un muy buen jugador de fútbol. Cuando se alargaba la cosa le dije que sí, que la primera vez que vi jugar a Frigo, me quedé helado. Cachondeo general y mosqueo al canto.
El segundo, hace no demasiado tiempo, era un pelmazo de marca mayor, ya un tantito macerado en ginebra, que suponía que tenía que instruirme sobre la perentoria necesidad de alimentar a los niños del mundo. Como quiera que este iba un pelín mamado y tendía a ponerse faltón, me abstuve de hacer la gracia de rigor y me fui, compadeciendo al camarero, que ya se estaba desesperando.
Así son los tios changos. Ubicuos, taimados, agresivamente pesados. Una verdadera plaga.
Y al menos estos son chungos sin pretensiones de ser molones. Hay otros chungos, aparentemente normales, a los que basta escuchar durante dos o tres minutos para saber que quizá sean más chungos que nadie. Tienen una monomanía, cuatro o cinco frases hechas que repiten constantemente porque están encantados de haberse conocido y de oirse hablar, y con esa salmodia autocomplaciente aturden a todo aquel que osa acercarse a ellos. Si les haces caso, malo, porque te rebozan vivo. Si no se lo haces, peor, porque se lo toman a mal, te rebozan de igual manera, y encima flota en el ambiente el mal rollo. El chungo autocomplaciente tiende a pensar que sus desgracias (en la variedad lastimera) o sus virtudes (en la versión narcisista) deben ser compartidas por el respetable, y se ponen a morir si al respetable le da por ir a lo suyo, que normalmente es lo que le apetece. Estos chungos “pata negra” son carne de barra de bar. Va uno a solazarse con una buena cerveza y le asalta un chungo como asalta el pérfido lobo a la cándida ovejilla. Si lo consigues esquivar, el chungo se amostaza y ataca al camarero, que como está encerrado y tiene un horario no puede huir, el pobrecillo.
Yo recuerdo con entrañable desprecio a dos de estos changos de la variedad discursiva. Hace años uno que supuso que su obligación era convencernos a dos amigos míos y a mí de que “Frigo” era un muy buen jugador de fútbol. Cuando se alargaba la cosa le dije que sí, que la primera vez que vi jugar a Frigo, me quedé helado. Cachondeo general y mosqueo al canto.
El segundo, hace no demasiado tiempo, era un pelmazo de marca mayor, ya un tantito macerado en ginebra, que suponía que tenía que instruirme sobre la perentoria necesidad de alimentar a los niños del mundo. Como quiera que este iba un pelín mamado y tendía a ponerse faltón, me abstuve de hacer la gracia de rigor y me fui, compadeciendo al camarero, que ya se estaba desesperando.
Así son los tios changos. Ubicuos, taimados, agresivamente pesados. Una verdadera plaga.
P.S.: el camarero en cuestión, que es amigo, me ha contado hace bien poco, que al segundo chungo le acabaron partiendo la cara menos de media hora después. ´La verdad es que hay gente que se acaba encontrando lo que se merece.
6 comentarios:
Eso te pasa por ir a sitios donde hay tipos "Chungos". Yo solo me los encuentro cuando conduzco, sobre todo en las rotondas, que muy poca gente sabe coger como está mandado.
No salgo, hago vida sana, hace decenios que no voy a una discoteca, nunca a un bar más allá de las 8 de la tarde... en fin. Sigo el consejo de mi abuelo: Evita a los borrachos.
Solución: Huye de los chungos como de la peste, aunque entiendo que una buena cañita, bien merece soportar al chungo de turno.
PD: Muy buen y curioso post. Podrías hacer un doctorado en chungología aplicada.
Es que resulta curioso ver cómo ha cambiado la gente. Siempre ha habido, y habrá, de todo, pero los niveles de egoísmo, de egotismo (que no es lo mismo), y la relajación de las costumbres (que más que relajación parece un auténtico colapso) nos ha llevado a ver cosas que hace años eran impensables.
Para muestra un botón: en el gimnasio, vestuario masculino, la muletilla de todas las conversaciones es cierta blasfemia que hace años solo se les oia a los más arrastrados de los marginales. Igualando por lo bajo, vams a acabar en la catacumba.
Tu abuelo tenía toda la razón. Con ese consejo, y el de la manta de tu abuela, casi se puede hacer un programa vital. Y lo digo en serio.
Salud.
Magnífico resumen sobre una de las modalidades del por tí denominado CHUNGO.
Pero, a mi parecer, habría que analizar las diversas clases de tíos chungos, porque haberlas las hay, y comienzo por el que ni la abuela de Trueno sospechaba : el prototipo de individuo que oficialmente y por razones de terceras amistades, te aborda un día sí y otro también para pegarte la paliza verbal de lo que sea.
Este CHUNGO te acosa con el móvil, el telefono fijo, esperándote cada vez que sales de casa o llamando a tu puerta cada vez que está aburrido y subir a la casa de uno.
Y resulta que siempre está aburrido y necesita buscar a uno u a otro a quien dar el palo de su rollo repetido y cansino.
El "chungo" es el reflejo de la degeneración social y de los hábitos y modos de convivencia.
Se ha perdido el respeto,y hay además una mala leche latente,una ira camuflada que sólo se vislumbra en el sujeto cuando asoma el colmillo de jabalí.
La sociedad se está envileciendo de manera irreversible.
Nuevamente, y a colación del comentario de Natalia: El problema yo lo veo mayormente en España. Deberíais ver a los obreros portugueses en las obras lo educados y correctos que son (al cabo de unos años se nota el embrutecimiento de trabajar con españoles, solemos decir). Hoy mismo, entrega de unos premios en el instituto de mi hija mayor en Francia: ¡Qué respeto! ¡que maravilla! Hace unos días, en la puerta del colegio de mis hijas pequeñas: Dos conocidos (padres del cole) de mi edad tratándose de Ud. (franceses claro: una chica y un chico de 38 años o así -yo ya voy a por los 43 en breve-) con todo respeto... el mal es endémico, pero en la piel de toro, amigos míos. Me temo que tienen que pasar muchas cosas para que esto cambie, pero no perdamos la esperanza.
España se ha vuelto sucia, fea y malhablada. Y la dejación de responsabilidades es cada día más notoria. El domingo pasado, en las escaleras del metro de Indautxu, en Bilbao, una chica le daba el potito a su niño mientras el pelanas del padre ¡¡se liaba un porro!!. Eso pasa por decirle al personal que todo vale, que todo está bien. Una cosa es el libre albedrío y otra este cachondeo en el que nos hemos instalado.
Saludos a todos
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